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Atardecer de los libros


Era una tarde nublada y tranquila en la universidad. Ese día tenía que revisar mi tesis en conjunto con mi asesora, la encontraría en la explanada principal del campus. Cuando llegué, a lo lejos pude observar dos estudiantes más junto a ella, supuse que darían su opinión en la revisión, pues había que definir si la presentaba a fin de mes o si esperaba más tiempo hasta que estuviera en perfectas condiciones para graduarme.


–Hola Carmen, es bueno verte –exclamó mi asesora al verme.

–Yo soy Mario y él es mi amigo Jorge.

–Es un gusto. Gracias por venir –respondí.

–Carmen, no tienes nada que agradecer, al contrario, yo te agradezco por elegirme como tu asesora.


Nos dirigimos a la biblioteca, los pasillos se encontraban desolados y las sillas que rodeaban las mesas largas de madera, contenían a uno que otro estudiante sentado con la mirada fija en alguna página de un libro. En realidad nunca visitaba la biblioteca, por lo cual no se me hizo raro verla casi vacía.


Mario sugirió que nos sentáramos en una mesa que estaba al inicio del salón, los demás acompañantes como si hubiésemos aceptado de inmediato dicha sugerencia, nos sentamos ahí. Todos nos colocamos de frente a los estantes que guardaban millares de libros, era como si metafóricamente ellos quisieran estar a la defensiva por si alguno de los libros quisiera atacarnos.


Comencé a leer el primer párrafo de la investigación, mis palabras sobresalían con firmeza entre el profundo silencio de aquel lugar. Continué la lectura por algunos minutos sin que ninguno de los presentes interrumpiera mi lectura. Fue al pasar la página cuando escuché la voz de mi asesora.


–¿Estás viendo eso? –cuestionó con incertidumbre.

–Sí, pero no veo a nadie ahí –respondió Mario con los ojos llenos de confusión.

–La comunidad estaba situada a 120 kilómetros del centro de la ciudad. Ahí vivían varias familias en pobreza extrema… –continué leyendo con entusiasmo, como si no hubiera escuchado lo que ellos tenían que decirme.

–Yo creo que deberíamos de irnos –propuso Jorge con desesperación.

–¿Pero qué sucede, les molestan estas personas? –Cuestioné de forma natural, pues aún desconocía lo que estaba sucediendo.

–¿Qué no ves cómo se están moviendo solas las sillas? Nadie las está tocando, tenemos que salir de aquí Carmen –imploró ella en tono alarmante.

–Pero son dos personas que están sentadas frente a nosotros, no creo que nos molesten. Yo puedo seguir leyendo sin problemas.

Al terminar esa frase supe que algo no estaba bien, mi asesora y Mario me miraron fijamente, parecían sorprendidos.

–Sí Carmen, no te preocupes. Sólo creemos que sería mejor si continuamos la sesión en otro lado –espetó Mario tratando de tranquilizarnos a todos.

–Podríamos cambiarnos de mesa y ya –respondí aún con entusiasmo, intentando obtener su aprobación.

–¡Qué no! Tenemos que irnos, pues ahí no hay nadie, las sillas se mueven solas. ¿Qué no ves? –contestó Jorge en tono burlón a causa del miedo que ya lo invadía.


En ese instante volteé a ver nuevamente las sillas y ahí estaban ellos, dos muchachos sentados. Uno columpiaba su silla de atrás hacia adelante, el otro trataba de mover dicha silla para desbalancearla y que cayera al suelo su amigo.


–¿Es en serio que no los ven? –cuestioné incrédulamente. Quizás sólo era una broma que estaban jugándome, aunque en realidad yo no estaba para bromas, pues me quedaba una hora para terminar de revisar mi tesis y regresar a la oficina, además la lluvia ya se escuchaba caer en el techo de vidrio que cubría una parte de la biblioteca.

–Es verdad que no veo a nadie Carmen, las sillas se están moviendo solas y no existe forma de que eso suceda –titubeó mi asesora.

–Pero yo veo a dos estudiantes ¿cómo es que ustedes no pueden verlos? –refuté con la esperanza de que ellos aún pudieran lograr verlos.

–No lo sé Carmen, pero es mejor que salgamos de aquí. Cuando hay lluvia a veces las luces se apagan y los libros empiezan a caer de los estantes sin motivo. Bueno, eso es lo que cuentan y en realidad, no quiero quedarme para investigarlo –relató Mario tratando de tranquilizarse así mismo.

–Vamos Carmen, agendemos otra reunión –sugirió mi asesora mientras recogía sus pertenencias.


Nos levantamos casi al mismo tiempo y nos dirigimos a la salida en señal de común acuerdo. Otras personas caminaban a nuestro lado, pero no quise mencionar nada al respecto. En ese momento sentí que estaba enloqueciendo, sentía confusión, ya no podía distinguir qué era real y qué no lo era. Sentía mareo y un gran letargo se apoderaba de mí cuerpo. Llegamos a la puerta y esta estaba cerrada. No podrían haberla cerrado aún, todavía no eran ni las seis de la tarde pensé.


Una mujer nos dijo que saliéramos por el elevador, mi asesora me condujo hasta él. Había una salida más por el segundo piso y ésta nos llevaría hacia el estacionamiento externo del edificio. Subimos alrededor de ocho personas al ascensor, intuí que todos nos dirigiríamos al mismo lugar.


Fueron unos segundos los que transcurrieron para llegar al segundo piso, sin embargo me parecieron eternos, pude observar cada una de las caras de los estudiantes. Algunos vestían ropa anticuada y tenían un semblante lleno de seriedad. Al detenerse el elevador, sólo mi asesora y yo bajamos, descendimos por la rampa mientras la cuestionaba acerca de aquellos muchachos que yo si había podido ver.


–Fue una tragedia Carmen, no me gusta hablar de ello. Hace unos treinta años, unos hombres entraron a la universidad, pedían dinero a cambio de liberar a los doscientos estudiantes que mantenían como rehenes, el gobierno y ellos nunca llegaron a un acuerdo y así comenzaron los disparos, sólo sobrevivieron diez muchachos. Todos los edificios se tiñeron de sangre, incluyendo la biblioteca, es por eso que dudé en que nos reuniéramos aquí. Yo era muy joven en ese entonces. Desde aquella vez, no había vuelto a visitar la biblioteca, pues existen varias leyendas que cuentan que los estudiantes caminan o andan por la escuela, por los pasillos, parece que muchos aún no saben que están muertos. Esperemos unos días a que terminen las remodelaciones de los edificios y entonces no reunimos de nuevo en mi oficina ¿Te parece bien?

–Sí, no tengo problema por ello. Que suceso tan terrible, ahora entiendo porque Jorge y Mario quisieron irse de inmediato.

–¿Jorge, Mario?

–Nada, olvídelo. ¿Hacia dónde se dirige? –cuestioné de inmediato para cambiar el tema, aún seguía sin saber qué fue real y qué no lo fue, de todo lo que vi.

–Voy a mi casa, si quieres te dejo en la avenida principal.

–Sí, claro doctora, muchas gracias –respondí mientras sacudía el lodo de mis zapatos antes de subir al carro para no ensuciar la alfombra.


Durante el trayecto en auto, ya no quise cuestionar más sobre el tema.

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