Angel Negro
Creo que la mente se queda dónde quieres que se quede, aún después de la muerte…
Lo último que recuerdo es un sueño hermoso, emergió de entre la oscuridad un hermoso ángel, con sus alas igualitas a las de un precioso ganso negro, su mirada tan penetrante. Todo él, tan hermoso, tan inquietante, como un escultural guerrero sacado de una película.
Estos últimos días no habían sido muy buenos para mí, la rutina era una pesadilla, mi soledad quemaba. Mi amor, por quien tanto me había esforzado, poco a poco me fue dejando de lado, yo sabía que no era la primera vez que andaba con alguien más, ya era hasta rutinario que todos dijeran lo mismo ¿qué podía decir, cómo podía defender lo indefendible?
Me gustaba estar con él, era todo mi mundo, siempre creí que sería como los cuentos “y vivieron felices”, imagino que no soy la única que creció con esas ideas, aunque pensaba que mi compañera de cubículo estaba peor, ella siempre llegaba cada 15 días sin falta con tremendo moretón en alguna parte del cuerpo; aunque Vero siempre trataba de disculparlo “yo sé que me quiere, es su manera de demostrarme su pasión”, le daba mis consejo inútiles “eso no es amor, deberías ir al psicólogo para que ya no te golpee, te aprendas a querer a ti misma y lo dejes”, valientes consejos que nunca pude aplicar para mí. Cómo puede ser uno tan ciego, de verdad que pensaba que ayudaba a mi compañera.
Recuerdo que después de perder a nuestro hijo en ese accidente automovilístico, quedamos en protegernos mutuamente, el juró ante Dios que estaría por siempre a mi lado, que trataría de consolarme todos los días que tuviera de vida. Yo no pude superar la muerte de mi Vicentito, era tan pequeño, no sé en qué momento me dejé convencer que era bueno darle una moto en su cumpleaños. Rodrigo me dijo que eso lo haría más hombre, que nos lo agradecería por siempre y que lo dejáramos crecer a su ritmo. Era un excelente estudiante y no pude negarle nada a mi futuro abogado. Por lo menos cuando Vicente estaba, la vida se veía diferente, él me acompañaba y la soledad no era tan fuerte, hasta llegué a ver a Rodrigo como un buen amigo que cada que andaba en malos pasos siempre llegaba con un precioso y enorme ramo de rosas; después de la muerte de nuestro hijo hasta ese chiste perdió. El hastío nos hizo perdernos en la enormidad del departamento, en los fines de semana en los que nos perdíamos cada quien en su computadora o celular. Hasta aquel día en que decidimos hacer algo diferente, me miraste aquella noche a los ojos y me pediste que voláramos en aquel inmenso cielo; me sentí tan feliz de recuperarte, de ese abrazo que tanto necesitaba y que provocó un pequeño dolor en mi corazón. No creí que el amor pudiera doler tanto.
Aquí estoy por siempre a tu lado, esperándote con la paciencia de la eternidad, viendo como sufres, recordándome y consolándote en brazos de otra y otra. No te abandonaré vida mía, ojalá pudieras verme con más tranquilidad, la última vez sé que no fue muy agradable nuestro encuentro en la cocina, el susto que te llevaste al verme sentada en el desayunador hizo que tiraras tu botella de vino que llevabas a nuestra habitación para tu nueva conquista, eso sí que me hizo gracia, lástima que ya no llevaste a nadie más después de eso.