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 3a edición (2015) 

 

En esta edición Cempasúchil logró tener una mayor participación de los autores aportando de todo un poco, haciendo que fuera muy terrorífica y a la vez muy especial.  

Calaveritas

“Florencia”

 

Han corrido mil rumores

Que Florencia es puritana

Pues en cuestiones de amores

¡Al aire,… ninguna cana!

 

Dudando de su pureza

La Muerte quiso tentarla

Y sin mayor sutileza

Al mundo fue a visitarla.

 

La mujer medio asustada

Miró a la Muerte de frente

Quien surgiendo de la nada

Apareció de repente.

 

La calaca en pocas frases

Le dijo que la siguiera

A una fiesta de disfraces

Vistiendo como quisiera.

 

Sintiendo un poco de susto

Flor se mostró complaciente

No queriendo dar disgusto

A la calaca impaciente.

 

Florencia al cabo de un rato

En el panteón baila rumba

Con movimientos de gato

Saltando de tumba en tumba.

 

Y así se pasó la noche

Bebiendo con alegría

Pues de vino hubo derroche 

Hasta el asomo del día.

 

Mientras los vivos lloraron 

El deceso de Florencia

Todos los muertos gozaron

La macabra convivencia.

 

Si en vida fue recatada

En el cementerio embruja

Pues con su vida alocada

Muerta resultó piruja.

 

“Lupita”

 

Lupita cada mañana

se arregla para vestirse

aunque ella de buena gana

quisiera otra vez dormirse

acurrucada en su cama.

 

Pero Lupita trabaja

y olvida la modorra

pues ella nunca se raja

y de chamba se atiborra

cantando como sonaja.

 

Más poco duro su racha

de su deleite laboral

porque la pobre muchacha

en una mañana invernal

vivió una sorpresa gacha.

 

Poco tardó en darse cuenta

que a su lado la calaca

con sonrisa un poco cruenta

la miraba dicha flaca 

cual botana suculenta.

 

Que sucede en esta casa!

gritó Lupita asustada,

nada ocurre, nada pasa

contestó la descarnada

solo vengo por mi raza.

 

Ahora Lupita descansa

varios metros boca abajo

y como gatita mansa

Sólo disfruta un trabajo,

que es rascarse la panza.

Por Daniel M.

Leyenda

El pacto que los llevó a la muerte

 

Esta es una historia real en cualquier parte de la Ciudad de México, hace ya unos 50 años cuando se estaba formando una nueva colonia sucedió lo que ahora les relato.  Raquel una muchachita que tenía unos 17 años, vivía con su abuela quien había sido como su madre y quien la procuraba de lo poco que podía, venían de un pueblo de Ciudad Juárez por lo que la chica tuvo que ponerse a trabajar para ayudar con los gastos.

 

Un día al salir de su casa le sucedió algo raro que le hizo sentir un miedo incontrolable. Como el lugar donde llegaron a vivir era feo, estaba conformado por callejones sin luz, sólo los focos de algunas casas eran las que alumbraban ese lugar, si también se les podría llamar casas, ya que estaban hechas de láminas de cartón. Dice que al salir escuchó un estruendo como si hubiera caído un rayo, pero lo más extraño fue que no estaba lloviendo y el cielo no tenía nubes que pudiesen ser la causa de ese ruido tan fuerte y estridente. Eran como las 4:45 de la madrugada, cuando al ir caminando por uno de los callejones vio una sombra que se elevó hacia un árbol alto que se veía viejo, no le dio importancia porque se imaginó que era un pájaro pero sintió un escalofrío que le recorrió hasta la medula de los huesos, al ir avanzando en el camino se percató que por donde tenía que pasar estaba muy oscuro y sintió temor pero aun así siguió su camino.

 

Al doblar en la esquina se tropezó con algo que la hizo voltear al piso, era una mano y al reconocerla un poco vio a un hombre de aproximadamente 25 años tirado, y casi llegando a la otra esquina del callejón vio a otro en la misma circunstancia sobre un charco que al principio pensó que era de agua, pero al mirar mejor se dio cuenta que era sangre. Corrió tan rápido como pudo para llegar a su casa y su abuela muy espantada le preguntó acerca de lo que le había ocurrido, casi con la boca seca le conto a su abuela lo que había visto y las dos fueron a buscar al dirigente de la colonia, quien a su vez fue a ver lo sucedido y llamaron a la ambulancia, poco después llegaron peritos, y mucha gente… al parecer había sido un ajuste de cuentas, esa fue la conclusión de la policía.

 

Sin embargo, algo no estaba bien porque donde había quedado el cuerpo de uno de ellos, había dejado un charco de sangre muy espeso. Dicen que ese mismo día le echaron tierra para ocultar la sangre, pero su sorpresa fue mayúscula cuando parecía que de ese lugar brotaba más sangre.

 

Se enteraron los familiares de los dos muchachos, que fueron muertos a quemarropa y con el tiro de gracia en la cabeza, además corrieron rumores de que al parecer no eran tan buenos y que se habían venido huyendo de su pueblo donde habían hecho muchas fechorías, se les tachaba de asesinos, de hacer brujería y pacto con el demonio. Tiempo después se enteraron que unos brujos declararon que se las tenían sentenciada porque nadie era tan poderoso como para hacer tantas cosas y salirse con la suya.

 

La gente de ahí, fue a ver al párroco de la colonia para bendecir el lugar, quien les dio unas indicaciones. En primer lugar debían cubrir de nuevo el lugar con cemento y que sobre el mismo nadie debería de pasar porque como ellos eran sirvientes del maligno, eso a cualquiera que tuviera un espíritu débil podría ocasionarle la muerte, además que colocaran en ese lugar algo sagrado, así que ahí hicieron una estatua de una cruz, que desde entonces custodia el lugar.

 

Cuentan muchos que al pasar por ahí, sienten un miedo intenso y sólo ven una sombra que atraviesa la calle…

¿Te atreverías a pasar por ahí?

Por Gatiux

Historia de terror

Lloró el cielo tu partida

 

Su fiel amigo Toti agonizaba poco a poco después de 18 años de vida, Alondra lo veía con la preocupación de que se fuera a quedar sola nuevamente; su familia se había ido paulatinamente, sus amadas hijas tiempo atrás se habían casado y su marido, apenas nacida la más pequeña, las había abandonado su suerte.

 

Desde muy joven, Alondra siempre supo salir adelante, como impulsada por un motor interno que le daba un vigor inagotable, sólo que hoy por primera vez, sintió que la fuerza ya no le era suficiente, se sentía muy agotada, tan agotada como el viejo Toti; por primera vez su casa le pareció muy grande a pesar de ser tan pequeña, esa casa llena de recuerdos, donde parecía que era ayer cuando escuchaba la risa de sus niñas, se sentó en su viejo sillón donde podía acariciar a Toti, tratando de agradecerle su compañía y procurando hacerle menos pesada su partida. Recordó una de tantas tardes en las que a pesar de llegar tan cansada al cruzar la puerta de su hogar era recibida por el abrazo de la más pequeñas de sus hijas que le hacía saber que todo su cansancio había valido la pena, desafortunadamente por su cansancio recordó también que no tuvo mucho tiempo para jugar con sus niñas y con tristeza deseo por unos minutos regresar el tiempo para sentarse a jugar un poquito con ellas, para darles un poquito más del tiempo que necesitaban o del cariño que no les supo demostrar cuando más lo necesitaban sus pequeñas; sin embargo, no sabía cómo llenar ese agujero que dejó la ausencia de su desleal compañero, cómo decirles a sus hijas lo que realmente había pasado, cómo dejar de repetir que estaba de viaje y que no regresaría, como decirles a sus pequeñas que las abandonó cuando más lo necesitaban. Sus ojos se llenaron de tristeza y un par de lágrimas rodaron por sus mejillas al recordar lo sola que se sintió cuando él jamás volvería a cruzar aquella puerta, cuando se dio cuenta que su amor no había sido suficiente para que él abandonara su fútil vida anterior; siempre con esa pregunta que de momento rondaba su cabeza sin respuesta “¿qué hice mal?”.

 

El repicar del teléfono la sacó de sus pensamientos por instantes, era su hija quien nuevamente la intentaba convencer de vender aquel lugar que compró con tantos esfuerzos, tras una fría negativa y un corto que tengas un buen día, Alondra colgó el teléfono y suspiró profundamente, tenía tanta tristeza de que su hija viviera así, tomo el retrato de ella y como si pudiese escucharla le preguntaba “¡Ay Inés! ¿Qué hice de ti? ¿Cómo te puedo ayudar? Todo lo que tenía les di, pero veo que tampoco fue suficiente para verte feliz, te daría todo lo que tengo, pero sé en el fondo, que ni así serás feliz, cómo deseo mi niña traviesa que seas feliz con la familia que formaste, piensas que no me doy cuenta, pero te observo y en tu carita se refleja la amargura y el miedo que tienes de vivir, espero que me alcance la vida para verte feliz; cómo me gustaría que pudieses entender mis consejos, que pudieses comprender el significado de mis palabras y que no dejaras que todo lo que digo se lo lleve el viento. Aunque dentro de mi ser sé que te faltó un poco más de cariño y comprensión ¿Quién pudiera regresar el tiempo?”.

 

“Mis niñas, ¿cómo pudo pasar el tiempo tan rápido? ¿Cuándo fue que crecieron tanto? Mi pequeña Alejandrina que era tan rebelde, ahora será mamá, pensé que sería la que más trabajo me costaría por ser la más pequeña y la más soñadora de las dos, supongo que por los problemas a la que menos tiempo le dediqué. Quisiera poder ayudarte a ser mejor que yo, aunque a diferencia de mí, tu no lo harás sola, mejor pareja no te pudo tocar. Se valiente mi niña rebelde, que yo estoy contigo, esa rebeldía es lo que te ha hecho hacer más cosas de las que pensabas, sólo ten cuidado con no ser tan aferrada. No se tampoco si en realidad escuches mis consejos, cuando se es tan joven es difícil escuchar las voces que ya recorrieron una vida. Te faltan muchas cosas por vivir, deseo que tu rebeldía no sea un obstáculo y que la familia que has formado te sea suficiente”.

“¿Cuántos pasos hemos dado juntas mis niñas? Ya perdí la cuenta. ¿Cuántos cumpleaños hemos festejado? Las sigo viendo tan chiquitas que perdí la cuenta. Gracias por seguirme el paso, aunque estuvo lleno de tropiezos”.

 

Toti le llenaba de saliva la mano en señal de “aún estoy contigo, no sufras, no estás sola”, a pesar de que ya no se pudo levantar desde hacía dos días, Alondra lo cuidaba dulcemente en todo momento. Le trataba de contar y mostrar todas las fotos, como si Toti pudiese entender que los recuerdos de Alondra flotaban en el ambiente, que sus palabras no eran entendidas, aunque parecía que le prestaba toda su atención con la mirada, sin que Alondra pudiese percatarse Toti cesó su respiración, su final había llegado. Pocos minutos pasaron para que Alondra se diera cuenta de lo sucedido y con lágrimas en los ojos le dio las gracias por todo y cerró los ojos de su fiel amigo Toti. “En unos días será mi cumpleaños y con tu partida la verdad no tengo ganas de festejarlo, me siento sola en esta casa, y no puedo remediarlo como quisiera. Quisiera poder pasar mi cumpleaños en otro lado, si no fuera por lo cansada que últimamente me siento”.

 

A los pocos días al igual que Toti, Alondra sintió que ya no se podía levantar, los doctores dijeron que se acercaba al final, llamaron a toda su familia y aunque ella ya no pudo hablar, sabía que con la sola mirada bastaba para decir mucho más que con todas las palabras que de ella pudiesen salir. Tal vez, había muchos lugares por recorrer, muchas cosas por vivir, sólo que ella sintió que lo que había vivido era suficiente, que a pesar de sus ganas de vivir su cuerpo estaba muy cansado y desgastado de tantas andanzas, con una mirada tierna se despidió de su amada hermana Gabriela quien cuidó de ella tan afanosamente y cerró los ojos para siempre… la misma tarde en que Alondra fue sepultada Gabriela juraría que la vio mientras barría el pasillo de donde había habitado tantos años su hermana, una silueta verde jugueteaba en medio del pasillo; Alejandrina al ir a cerrar la casa de su madre y acomodar algunas cosas, extravió sin razón aparente las llaves, no pudiendo irse hasta mucho tiempo después del inmueble hasta localizar las traviesas llaves, tal vez Alondra no quería que su hija se fuera, tal vez su soledad la detuvo un poco más; la lluvia no cesó en todo el día, parecía que hasta el cielo lloraba su partida…

 

En memoria a una gran mujer…

Por Alina M.

Historia de terror

Dulces sueños

 

La noche era clara, la luna llena obligaba a sus rayos de luz a travesar las hojas de los árboles, las cuales parecían resistirse y formarse en grandes grupos para evitar que la luz pudiera lograr su objetivo, el cual era alumbrar la vereda. Las ramas largas de los árboles parecían entrelazarse unas a otras, como si quisieran resguardar el camino por el bosque. Se veían como gigantes con grandes brazos, evitando el paso a todo ser extraño, a toda alma ajena al lugar. Al final el brillo de la luna era tan fuerte, que el camino se veía muy claro y con trabajos se perdía entre la inmensidad del bosque.

 

Yo veía mi caminar, avanzaba con suaves pasos y en ocasiones me sentía como si flotara entre nubes; el lugar era silencioso, sólo se escuchaba el sonar de un ligero viento que levemente mecía las copas de los árboles, era como si el lugar buscara arrullar a todo ser que viviera ahí.  No sabía a dónde me dirigía, sólo sabía que tenía que seguir el camino, que tenía que llegar a algún lugar.

 

Al final del bosque había una gran iglesia, la construcción no me pareció extraña pues la había visto una y otra vez en películas extranjeras. Y dicha construcción siempre es la misma, un campanario en forma de triángulo, al estilo gospel y en medio una gran puerta, que se abre en dos hojas. En el fondo era un poco decepcionante, no esperaba encontrarme con algo tan simple, esperaba un castillo espeluznante o una mansión vieja y derruida. Qué más da, de todas formas mi entrada sería triunfal, algo impresionante.

 

Arreglé mis ropas, peiné mi cabello y me dirigí a la iglesia, como pude intenté abrir las pesadas hojas de la puerta, provocando que el aire entrara de golpe y toda la gente volteara; pero nada pasó. Caminé sigilosamente a lo largo del pasillo, volteando hacia ambos lados e intentando reconocer algunos rostros, algunos me eran familiares, algunos no sabía quiénes eran.

 

Al seguir mi caminar me percaté que no sabía cuál era la intención de mi presencia y al voltear hacia el altar encontré una caja. Esa sensación ya la había tenido antes, la impresión que conlleva el toparse de frente y en seco con un ataúd, pero ¿quién había muerto?  ¿Por qué nadie lloraba? ¿A quién pertenecía el triste y frío cuerpo que ahí descansaba?

 

Me acerqué al ataúd, con la esperanza de rodearlo y verlo por alguno de sus lados, pero al llegar a sus pies, el muerto saltó de repente, sentado con un rostro malvado, sonrisa y ojos sarcásticos, burlones, pero también muy enojados. Me señaló y de una forma muy diabólica me dijo: “¡Ya estas muerta, es a ti a quien velan!”

 

En ese momento sentí un inmenso frío que recorría mi cuerpo, un escalofrío y un terrible hormigueo que subía y bajaba. Levanté mis manos a la altura de mi cara, las miré por ambos lados, con ansiedad toqué mi rostro, quería cerciorarme de que realmente estuviera viva, para poder gritarle a ese monstruo que mentía…

 

Entré en pánico, no sabía qué hacer, lo único que pasó por mi mente era correr, dirigirme a la salida e internarme en el bosque, gritar al viento intentando convencerme que no era verdad, no estaba muerta.  Giré bruscamente sobre mi eje y lo único que vi fue mi rostro reflejado en un espejo, era yo la que estaba en el ataúd, con ese rostro pálido, malicioso y venenoso, que se reía burlonamente de su propia muerte…

Por Hooligan

Historia de terror

En la espera de su llegada

 

La ofrenda ya estaba lista, mis dos hijas hicieron un gran aporte decorándola con flores, papel picado, cigarros, botellas con cerveza y calaveritas de dulce, mientras yo preparaba aquel mole y chiles en nogada que tanto le gustaban. Habíamos colocado inciensos y veladoras pero preferí no encenderlas para evitar un incidente escandaloso. Las tres anhelábamos su asistencia en esta noche. Seis meses atrás él falleció en un accidente automovilístico y desde ese día no lográbamos superar su perdida, en especial yo. La idea fue mía, no sé si era tanto mi afán por estar a su lado que decidí aferrarme a una tradición o leyenda, como lo quieran llamar, con la esperanza de verlo cruzar por la puerta, compadecerse de nosotras y brindarnos ese apoyo que recibimos por parte de él durante su existencia.

 

El reloj ya marcaba la media noche. Nelly, mi hija de diez años, mostraba en su rostro una felicidad inexplicable mientras contemplaba la silla donde su padre solía sentarse a comer. Por otra parte, Dulce trazaba varios dibujos donde nos plasmaba a los cuatro tomados de la mano, sé que para ella también era importante que él estuviera de vuelta y que todos fuéramos una familia completa. Decidí dirigirme a la cocina para alistar el último detalle de nuestro encuentro.

 

A las 12:30 de la madrugada, Dulce estaba somnolienta y recostada sobre sus dibujos; Nelly comenzaba a impacientarse.

 

-Mamá, ¿falta mucho para que llegue? –dijo mientras cerraba ligeramente sus parpados.

-No cariño, estoy segura que está cerca.

-Ya tengo sueño y me duele mucho la cabeza, pero no quiero estar dormida cuando él venga.

-Recuéstate sobre la mesa, como tu hermana. El dolor pasará en unos minutos y estarás perfectamente bien para ver a tu papá. –contesté mientras sujetaba fuertemente la foto de mi esposo.

-¿Crees que le guste la ofrenda? Hubiéramos encendido las velas, la maestra dice que con ellas se ayudan a encontrar el camino a casa.

-Eso no será problema, ellos se guían por el aroma de las flores, además estoy segura que el camino a casa jamás se olvida.  – Respondí emocionada y di por finalizada la plática.

 

Minutos más tarde, Nelly ya reposaba su cabeza sobre la meza. Ni mi jaqueca, ni la somnolencia y ni aquel aroma nauseabundo borraban en mí esa excitación que me provocaba la idea de tenerlo a mi lado.

 

Supuse su presencia cuando los perros del vecindario comenzaron a ladrar, escuché algún tipo de arañazo y gemidos al exterior e inmediatamente me levante haciendo uso de todas mis fuerzas para ver de qué se trataba pero grande fue mi sorpresa al sentir una mano que sujetaba mi hombro, no pude evitar dar la vuelta de inmediato; era él.

 

Estaba posado frente a mí, vistiendo aquel traje negro con el que lo sepulté. En su pálido rostro se podían notar aquellas prolongadas cicatrices que le quedaron a causa del accidente. Por instantes su olor a muerto se sobreponía a aquel aroma que me tenía vuelta loca. Al intentar tocarlo, mi mano atravesó su brazo y esto causó en él una tétrica risa que dejó ver una bola de algodón al interior de su boca. Si esta imagen que se me presentaba hubiera sido de alguien más, habría muerto de miedo, pero con él no.

Quería decirle cuanto lo extrañaba, quería decirle que esta vez estaríamos juntos de nuevo; en fin quería decirle tantas cosas pero él ignoró mi entusiasmo y dirigió sus pasos a la mesa. Mis hijas ya estaban despiertas, el semblante de ambas era entristecedor pero a ellas parecía no importarles pues sin mediar palabra lo sujetaron de la mano, parecía no asustarles el aspecto de su padre. Los tres me miraron de forma despectiva, como desaprobando mí intento por reunirnos y sin más desaparecieron. Yo me encontraba desesperada gritando una y otra vez que volvieran por mí, no quería quedarme sola.

 

Cuando los vecinos entraron por la fuerza a mi apartamento, yo me encontraba tirada en el suelo, casi inconsciente y llorando por toda esa frustración. Era tanta mi debilidad que no podía alzar mi rostro, solo era capaz de escuchar aquello que gritaban.

 

-¡Llamen a los bomberos y una ambulancia!

-¡Abran las ventanas para que salga todo este gas!

-¡La señora esta viva, pero las hijas ya fallecieron!

 

Hoy se cumplen cinco años de aquella noche, y no hay día de muertos en que no imagine que los tres aparecerán aquí en mi celda para hacerme compañía o para permitirme escapar con ellos, pero nunca sucede.

 

Quizá hoy ocurra, quizá haya servido de algo abrirme las venas mientras todas las demás reclusas duermen, así nadie mas intervendrá.

 

Creo escuchar sus risas, creo oír su voz…

 

Aquí están los tres, pero alguien mas viene con ellos.

 

Mi adorada familia se ha despedido de mí, al parecer no estaré a lado de ellos, mi destino es…

Por Carlos Erazo

Historia de terror

El aullido

 

En una noche oscura en Sicilia Italia, Felipe, de oficio panadero caminaba rumbo a su casa por los callejones oscuros, cuando de pronto escuchó un grito de agonía, que venía del canal, fue y se acercó para ver quien gritaba, grande fue su sorpresa al darse cuenta que una enorme bestia se encontraba en la orilla del canal devorando a un ser humano. Se quedó pasmado sin saber qué hacer, mirando desde su escondite a la bestia que comía ávidamente.

Intentó retirarse con sigilo pero al voltear pisó a un gato y al chillar éste, Felipe lanzó un grito de espanto, lo que ocasionó que la bestia se acercara a su escondite rápidamente, no teniendo otra opción, Felipe echó a correr por los oscuros callejones, mientras la bestia lo perseguía , de pronto se topó con un callejón enrejado, y la bestia se acercaba cada vez más a él, muerto de miedo intento pasar por los barrotes de las rejas y casi a punto de darle un colapso nervioso, logro pasar justo cuando la bestia lanzaba su zarpazo mortal, muerto de miedo hecho a correr rumbo a su hogar, cuidando siempre que la bestia ya no lo siguiera, al entrar se encerró en su casa y no salió sino hasta el otro día, cuando ya los policías y los habitantes daban testimonio de lo ocurrido la noche anterior, Felipe paso a curiosear y al darse cuenta que nadie había visto nada se dirigió a su panadería a trabajar, cuando llego se acordó de su esposa con quien no se llevaba bien, pensó a esa mujer no me deja ser feliz, pero ya sé que voy a hacer para deshacerme de ella, en la noche vendré con ella y la traeré a donde vi. La bestia y una vez que nos vea se la arrojare y Yo me echare a correr de esa forma nadie me culpara por su desaparición, pensado esto Felipe volvió en la noche al lugar donde había visto la bestia junto a su esposa y mientras aguardaba se preguntaba si la bestia vendría,

En eso su esposa le pregunto: ¿A quién esperamos Felipe?,

A lo que él respondió: a quien me librara de ti, vieja bruja.

Por Israel Navarro

Calaverita

A Totorito

 

Estaba Nicolás nadando para atrás

cuando llegó con disfraz

la calaca por Nicolás

 

Tú no me asustas

ni aunque traigas antifaz

pues tengo a mis papás

para que te ponga en paz

 

Pobre calaca no pudo con Nicolás

por lo menos con ese disfraz.

 

Entonces se fue de fiesta y fugaz,

y se puso a bailar breakdance

Por Alina M.

Historia de terror

El baile de los monstruos

 

Al caer la noche cuando me dirigía a mi casa, de la oscuridad surgió un ser infernal, al cual no alcance a distinguir, ya que Salí huyendo rumbo a mi hogar, pero ese ser me seguía y cuando llegué a mi hogar un gran estruendo sacudió mi ser, había mucho ruido, y muchos monstruos mirándome sin cesar, subí corriendo a mi habitación y al encerrarme en el baño vi algo espeluznante , un hombre lobo estaba enfrente de mí, pegué un grito de terror, AAAUUUUUUUUU, cuando me di cuenta que era yo, mirándome al espejo recordé que ese día me tocó a mi organizar la fiesta para los monstruos del mundo y el ser que me seguía no era otro que mi esposa la vampira acompañada de tres diablillos que son mis hijos y el aquelarre no es otro que la pachanga que se organizó en mi casa, por eso moraleja que nunca se te olvide que clase de monstruo eres Tú, Jajá jajá, AAAAAUUUUU.

Por Israel Navarro

Historia de terror

Quiero hoy escribir un cuento de espantos...

 

Algunas veces me espanto de mis sombras, siento que alguien está detrás de mí y volteo rápidamente y no hay nada, he llegado a imaginar que es mi ángel de la guarda o alguien que me quiere asustar y me espanto; a veces me espanto cuando alguien se esconde y aparece de repente y cuando salen, grito pero me espanto fuerte y pierdo el control de mí.

 

Cuando era niña Florecita no era una niña miedosa, era una niña que estaba acostumbrada a caminar en la oscuridad, a veces con una vela en la mano y chorreándose la parafina en la mano pero como tenía costumbre, pues no se quemaba, la tapaba con la otra mano para que no se apagara y así seguía su caminata rumbo a la iglesia, las calles eran tan oscuras que no se veía nada y dentro de esa oscuridad de repente iba saliendo gente y ella no sentía nada de verlos, aunque mucha gente se asusta ella nunca pensó que fueran muertos que caminaban en la oscuridad; seguía su camino, a lo lejos veía un poste con foco que alumbraba un poco, y llegaba a la Iglesia; entrando a la izquierda y derecha estaba el panteón donde se encontraban sus ancestros, tampoco tenía temor, estaba acostumbrada a jugar entre las tumbas y andaba trepándose en ellas, no le tenía respeto a los muertos, de vez en vez leía los nombres de algunas tumbas, pero nada más y pasando el panteón entraba a la iglesia que esa si estaba iluminada con algunos focos.

 

Recuerdo un candil que tenía varios focos, alumbraba poco así que la iglesia estaba alumbrada de forma regular; algunas partes se veían en la penumbra, pero la niña estaba familiarizada con eso.

 

Eso sí, a Florecita le dan miedo algunas imágenes, se ven tenebrosas, de negro, con cara de lamento, el Cristo lleno de sangre, esas cosas le espantan, un santo lleno de flechas, ¡qué miedo! Florecita allí se confiesa en el confesionario, el padre Juan le truena los dedos a Florecita, le duele, pero sólo hace ¡ay!, y sigue diciendo sus pecadotes: Me chupo el dedo, juro el nombre de Dios en vano y así… termina Florecita rezando un montón de Aves Marías y Padres Nuestros; Florecita tiene frío, se sube en una banca, se hace bolita y se tapa con su rebozo; terminan las cosas en la Iglesia y Florecita regresa a su casa en la vil penumbra pues ya es muy noche, Florecita camina en esa penumbra, sólo ve los rebozos oscuros y oye las voces, pues las caras ya no se ven en plena oscuridad. Ella como va acompañada no tiene miedo, pero en ese pueblo todo es oscuridad por las noches. Pasaba por algunos paredones que se veían sin puertas, se veía muy oscuro, a Florecita le daba miedo de que algo o alguien salieran de allí, el Charro negro, la Llorona o sea la mujer blanca, el nahual, esas cosas a Florecita le espantaban mucho, eran las historias que se contaban en el pueblo sus ancestros.

Ese tipo de cosas sí que la espantaban y se tapaba la cabeza con las cobijas, pues ella oía al caballo relinchar y patear en el poste de la esquina de la herrería. Bueno pues eran las cosas que a Florecita espantaban o las noches que despertaba bocarriba acostada en el patio, ya que era sonámbula y al ver el cielo, las estrellas, la luna se levantaba corriendo y gritaba, se metía corriendo en la cama llena de miedo (he de aclarar que habiendo tantos bichos, murciélagos, alacranes, víboras a ella no le picó nunca nada), pero la noche la espantaba cuando dormían dentro y ella despertaba en el patio. Ahorita Florecita se espantó al oír un ruido, pues le llegó el recuerdo del pozo, al asomarse al pozo se veía muy oscuro y veía como el agua se movía, pensaba que se iba a salir el coco y nuevamente a correr y a meterse a la cama, pobre Florecita, todo por ser sonámbula.

 

Tal vez mi cuento no sea de muchos espantos, pero cuento mi realidad en un pueblo que al leer a Pedro Páramo es como si yo anduviera caminando allí dentro, en ese poblado lleno de polvo y de cosas viejas, paredes descascarándose y bardas cayéndose; así eran las cosas en mi infancia, en casa todo era viejo, pero a mí me gustaba estar allí y lo disfrutaba.

Por A.D.N.

Historia de terror

Una nostalgia particular

 

Mi historia no es distinta a la de otros, o quizá mi perspectiva es errónea. Sólo sé que esto será mi único testimonio... Lo último que quedará de mí...

Antes de dormir escucho esas palabras, cuando he dejado atrás la absurda conciencia del presente, aparece de nuevo, sin que pueda distinguir las sombras, del susurro, ni de noche, ni del grito que sólo se percibe a solas. Cada parpadeo, un tormento. Pero esta historia no puede comenzar así, debo guardar las normas.

Rastreo los recuerdos hasta esa triste noche entre lágrimas y sollozos ahogados, lo único que parecía claro, él, lo que dejaba impresiones en la incertidumbre era la sensación del aliento y del roce de sus manos en la piel. Las marcas aparecían después del grito con el que amanecían mis ansias. Era una mezcla de angustia y de tormento, que mientras lo veo y lo presiento, más estaba en suspenso y delirante. Le había llamado muchas veces, pero diversos eran sus nombres, por eso no respondió en tantas ocasiones.

En una de esas noches, me sorprendió en el sueño, parece decir algo, sólo su boca se mueve, un grito y de nuevo el sollozo; no tenía la intención de quedarse, sólo un primer aviso. La figura indistinguible. ¿Me llamarás de nuevo? Era su visita ya imprescindible, lo único que me ataba al mundo era la posibilidad del soñar, ver esos labios murmurar; al despertar, dolor.

Ahí está de nuevo, la vislumbro lejana, la figura empieza a distinguirse, tan lejos la presiento, sin embargo siento como sus manos y su aliento arremeten contra mi cuerpo. Me lastima, ¿hay algo que aún quiera retenerme aquí, mientras él responde a mis llamados, después de tanto añorarlo?

Otro día, ya no hay mañanas para mí. El sol se ha vuelto un espejismo.  ¿Cuánto tiempo ha pasado? Mi muerte querida, nos ha llegado la hora, ya no eres más algo incognoscible, veo más allá de ti, sé que tienes todas las respuestas, tú qué sabes todo acerca del amor y el dolor. Tus garras se han convertido en suave brisa, y así me dejo llevar. No sin temor, ni dolor, la espera fue inmensa, el alivio me sabe a rencor. Palpita por última vez, corazón mío, ahora grita el final de tu agonía de este mundo. Piel, déjate arrasar por las memorias de aquellos que alguna vez sentiste como si fueras tú.

Será mi última vacilación, he aquí mi delirio final... ¿Cómo he de dejarme llevar por ti? ¿Acaso con un grito, o con el silencio que siempre acompañó mis días? Aquí se me caen todas las máscaras con las que amé, con las que sonreí, con las que odié. Me voy para convertirme, sutilmente, en un recuerdo ajeno. Ya no me preocupa si alguien llorará por mí, me dejaré llevar como la arena por el mar.

Por Charlene TM

Historia de terror

Hoy me visitó un ángel

 

Hoy me visito un ángel en mis sueños, era mi mama, se llenó de alegría mi alma al verla, aunque estaba un poco sorprendida de hacerlo ya que ella falleció ya hace 15 días un 15 de septiembre, La vi con su cabello corto y arreglado como a ella siempre le gustaba, la vi hermosa , mire sus pies y estaban un poco hinchados, eso me hizo saber que era real todo lo que había pasado días antes , si había muerto  y aunque un poco dudosa de si era real ,corrí a abrazarla, la abrace con todas mis fuerzas sentí su cuerpo, su calor, estaba feliz de verla otra vez y como para asegurarme de que era o no real ,le pregunte que quien le había cortado el cabello por que la última vez no la vi así y ella me respondió tú, tú me lo cortaste y solo le conteste pues te vez guapísima .

 

Me vi en la sala de espera de un Dr., que era mi ginecólogo y en cuanto pasaba esto la asistente del Dr. me indicaba que era mi turno, sabía que tenía que ir, pero no quería dejar a mi mama y le decía tengo consulta pero no quiero irme, tú eres más importante y ella sonreía y me decía, tienes que ir ,primero lo primero, de pronto desapareció todo y yo subía a un elevador para ir a la consulta y apretaba por error al sótano ,ahí veía unas piezas de arte sin terminar e iba una persona en el elevador conmigo, sentí que me perdía y le pedí a esa persona me ayudara a llegar a los consultorios, El apretó un botón y ya estaba de nuevo en dirección correcta, aunque pasaba por un camino de mucho fango quería llegar, traía unas sandalias con tacón y de tiras y no me importaba pasar por ahí, conforme avanzaba me hundía más, había una mujer delante mío y me guiaba, era joven y 2 mujeres detrás mío se burlaban y se reían de nosotras, al parecer ellas si traían botas especiales para cruzar y la mujer que estaba delante mío me decía no es fácil caminar con estos zapatos de swaroski ,ignóralas y sacúdete,  me vi quitándome los zapatos y sacudiendo el lodo, del otro lado entraba a una habitación y estaba mi mama de nuevo estaba sentada en una cama de lado y me ponía en cuclillas y le decía cuanto la extraño y todo lo que me hacía falta , ponía mi cabeza en sus piernas y ella me acaricio y me dijo ya lo sé pero yo estoy bien, tenía miedo de que ella no supiera que estaba muerta , pero al mismo tiempo no le quería decir nada y entonces ella me decía , no me extrañes que yo estoy arriba en el salón, suspire y pensé que ella no se daba cuenta de que pasaba y la veía sorprendida y se reía, me decía, en el salón de arriba con los muertos y entonces mi semblante cambio y sentí alegría de que ella supiera que pasaba, también me reía , me dijo no te preocupes por mí ,yo estoy muy bien.

 

Parece que su mascota que ya había muerto meses antes que ella, la esperaba para ayudarla a cruzar a ese camino de luz.

Por C.N.

Historia de terror

Charlotte siguiente

 

Esta noche dormiré con miedo, porque mi alma me abandonó, fue lo que pensó Charlotte cuando recibió su fortuito y decepcionante abrazo, todo a su alrededor sólo eran sombras que danzaban con una peculiar rítmica, trató de descansar, pero le fue imposible; ahora sé porque dicen que los vampiros sólo salen en la noche carajo, se dijo así misma, -claro eso de que los vampiros se desintegran con la luz del sol, también sólo quedó en las antiguas leyendas- esta nueva raza de vampiros creados genéticamente no tiene ese problema. Es justo pensar que al momento de crear algo en laboratorio, se tendrían que omitir los defectos de dicha raza.

 

Esa costumbre de que los vampiros sólo salen de noche fue adoptada por los primeros sujetos conversos en vampiros artificialmente, malditos freck pensó Charlotte, fue solo por conservar el romanticismo de esas viejas leyendas, ya que supuestamente en la noche es más fácil acechar a una presa, que pendejadas en estos días se mata tan fácil de día como de noche, además de que algunas razas de vampiros de probeta sólo beben sangre sintética,-maldita estupidez que es todo esto- pensó Charlotte

Por Aleister Gibran

Historia de terror

El baile

 

En ese lugar, de pronto se escucha el golpeteo de sus largas extremidades, se mueven al compás de una canción muy movida. Su vestido rosa mexicano con bordados en varios colores vuela de un lado a otro al ritmo de la música. Jacinto toma su sombrero y lo agita por el aire con una de sus huesudas manos y con la otra, toma con fuerza la delgada cadera de su esposa para hacerla girar hacia adelante y después regresarla hacia sus frágiles brazos. Así repiten este movimiento de baile en varias ocasiones, dejando ver una sonrisa dibujada en su blanca y grande dentadura. Luego de dar varios giros conducidos por el sonar de la canción, él comienza a sentir calor y con un movimiento rápido se despoja de su saco sin abandonar por mucho tiempo a Martha en la pista de baile.

 

Ellos siguen disfrutando de la música mientras todos los presentes observan con atención el espectáculo de baile que ellos ofrecen. Algunos aplauden gozosos, otros beben una copa de vino tinto y los demás brindan con un tarro grande de cerveza. Por su lado Mauro, el cantinero, al mismo tiempo que sirve las bebidas, no puede despegar sus ojos negros y hundidos de aquel baile.

 

En una esquina una pequeña y delgada niña vestida de verde, observa a la pareja en la pista como quien ve con ilusión una película de princesas. Desde que Paty había llegado a ese lugar, todo había sido tristeza para ella, ya no recordaba bien cómo eran los rostros de sus hermanitos ni de sus padres. El único consuelo que le quedaba es que al llegar ahí, su abuela ya la estaba esperando en la puerta con los brazos abiertos. Y cómo olvidar a Ramón, su gato, que un día había desaparecido y ahora lo había encontrado también vagando por ahí. Ahora Ramón caminaba de un lado a otro sobre las bardas de las casas sin peligro a perder una octava vida.

 

Ella quería mucho a Martha y a Jacinto, eran buenos amigos de su abuela y ahora vivía con ellos y no le había costado mucho trabajo acostumbrarse a ellos. Nunca los había visto bailar, pero ahora sentía que era un mundo mágico el que se dibujaba ante sus ojos.

 

En el lugar la canción sigue sonando y luces de colores los alumbran mientras se mueven de un extremo a otro. Jacinto sonríe y hace girar a Martha en una interminable vuelta. A causa de ello su vestido se levanta envolviéndolos suavemente. Ramón muy sorprendido observa junto a Paty las luces que se agitan imparables en el techo.

 

De pronto, la música cesa y todos aplauden. Sus manos huesudas pegan una con otra dejando ver la emoción que esto les causa. Enseguida un silencio se escucha y Martha y Jacinto desaparecen sin dejar rastro en la pista. Todos quedaron anonadados por unos segundos y después un conjunto de alaridos acompañados de música de mariachis se deja escuchar. Luces artificiales empiezan a volar haciendo ver un resplandor colorido sobre ellos. Paty no comprendía lo que estaba sucediendo, no entendía por qué habían desaparecido Martha y Jacinto.  

 

Lágrimas comienzan a caer por sus mejillas y su abuela al percatarse, se acerca a ella. Le explica dulcemente que eso les pasa a todos los que llegan a ese lugar, suceden cuando logran llegar a su plenitud, entonces encuentran la paz y pueden trascender. Paty un poco más tranquila sólo responde – Sí, quiero trascender, pero tiene que ser contigo y con Ramón. Nunca quiero volver a estar sola –. Su abuela ahora sabe que Paty está consciente de lo que está pasando, sabe que ella entendió que murió pero con amor podrán alcanzar la paz y pasar a otro sitio.

 

Todos salen al terminar la fiesta rumbo a su casa, tendrán que esperar hasta el próximo año para ver quiénes serán los siguientes.

Por Carmen Cardozo

Historia de terror

Escuela

 

        Una delgada línea de luz rebanaba oblicuamente la penumbra del aula, su raya de calor develó el polvo flotando mortecino, los diminutos puntos grises danzaban silenciosos. Afuera el sol apenas comenzaba a escupir su ardor en la ciudad.

        Sólo dos pupitres ocupados. Sobre ellos dormían dos estudiantes con la cabeza escondida entre sus brazos. El maestro entró acompañado del rechinar de sus zapatos; su presencia no tardó en quedar aprisionada por la languidez de la escena en el salón. Bastaba poner un poco de atención para alcanzar a oír el zumbido de las respiraciones automáticas provenientes de los estudiantes, bastaba quedarte un poco estático para unirte a ese dueto de sopor. Pero esto último era algo que no se permitiría el maestro: a esa hora, en ese ambiente, el sueño se imponía como un enemigo implacable y peligroso contra el que era menester luchar. Dejó sus cosas sobre el escritorio, luego se sentó en su silla. Miró su reloj: 7:15. Faltaban cinco alumnos. El examen había quedado programado a las 7. Se puso de pie, lo importante era moverse. Hubiera deseado encender un cigarrillo, largarse con un ruido estruendoso, interrumpir la somnolencia con el alarido de su huida, ponerle vida a la mañana que apenas era parida con el frenesí del aviso de su ausencia; lo que hizo en cambio fue sólo salir al pasillo. Observó su ubicuidad vacía, su profundidad fantasmal. Las lámparas de luces blancas que lo alumbraban se derramaban como leche incierta sobre el hormigón de las paredes. Se escuchó un leve ruido en las escaleras, alguien tocia. Vio la gran figura del subdirector apoderarse de la amplitud del pasillo. Era un hombre obeso, vestía un traje arrugado, tenía la corbata floja. Cargaba un folder azul con un contenido voluminoso. Sudaba, las escaleras lo habían agitado. Su cara estaba acuosa y enrojecida. Sacó de la bolsa de su saco un pañuelo decolorado que se llevó a la cara para secarla. Después tocio de nuevo, con el mismo pañuelo impidió que la saliva sobrepasara la frontera de los labios. Finalmente llegó a la entrada del salón donde el maestro lo esperaba, abrió el folder y le tendió los siente exámenes finales y las actas de calificación a este último. Enseguida preguntó:

--¿Cuántos faltan?

--Cinco señor subdirector.

--Son muchos maestro, son muchos...

-- ¿Cree que lleguen todos?

--Nunca se sabe.

--¿Hasta qué hora debo esperar?

--En el momento en el que llegue otro alumno empieza.

--Muy bien...

--Recuerda lo que hablamos ¿verdad?

--Sí, aunque tengo algunas dudas.

--Dígamelas.

--¿Me ha dicho que la consigna es que todos pasen?

--Correcto.

--¿Pero no puedo darles las respuestas?

--No, recuerde que es de vital importancia hacerlos creer que aprenden.

--¿Tampoco se puede hacer algo con las actas donde aparecerá su calificación?

--No, el Ministerio vigila con rigor la coherencia de cada dato que ponemos en los documentos que le entregamos.

--Pero es que, siéndole franco, ninguno tiene la más mínima posibilidad de aprobar el curso.

--Recuerde que los depósitos ya fueron hechos.

--¿Y no se les puede reembolsar?

--Si lo hacemos usted nos tendría que reembolsar también el dinero que ya le pagamos.

--Ya no lo tengo...

--¿Qué hay de los trabajos?

--La mayoría no los entregaron, y el que lo hizo me entregó un trabajo de historia incompleto y de preparatoria; mi clase es de filosofía y están en la universidad...

--¿Las participaciones?

--La mayoría no habló, si es que llegaron a estar despiertos o a venir...

--¿Tareas?

--No entregaron ni una sola.

       El diálogo fue interrumpido por el ruido que hizo una burbuja de chicle al estallar proveniente del cuarto alumno que iba llegando, su quijada se movía al ritmo del chicle de frambuesa que masticaba. Dijo buenos días secamente y fue a ocupar uno más de los pupitres. Cuando el maestro quiso recuperar el diálogo, sólo pudo ver la ancha espalda del subdirector alejándose hacia las escaleras. Mientras iba aminorando su gran volumen en la distancia, alcanzó a decir unas palabras que fueron tragadas por la profundidad del pasillo: “Confiamos en usted maestro, confiamos en usted, por eso lo contratamos...”. El maestro rumió la frase consternado y volvió a su escritorio.

      Aclaró la garganta con estridencia, fue el mejor gesto que encontró para despertar a los estudiantes que dormían. El último que llegó no dejaba de hacer burbujas con su chicle de frambuesa. El maestro aclaró la garganta de nuevo. Los durmientes comenzaron a despertarse con fastidio. El maestro les entregó su examen. Dio las instrucciones: contaban con una hora. Los estudiantes sacaron sus lápices y empezaron a tachar con apatía la que creían era la opción correcta.

      Pasaron cuarenta minutos tensos que el maestro padeció más que nadie. Ninguno quería estar ahí: los alumnos por hastío y el maestro por zozobra. De pronto el del chicle de frambuesa se paró para dirigirse al escritorio del maestro y entregar su examen serenamente. Luego regresó a su lugar, tomó su mochila, desmembró su serenidad y comenzó a estrellar el pupitre en el suelo. Los otros dos alumnos se limitaron a observarlo silenciosos. El vuelo de los pedazos de madera del pupitre fue acompañado por la violencia de unos gritos sabor frambuesa. Cuando el aniquilamiento del mobiliario concluyó, simplemente salió del salón despidiéndose de todos con un adiós cordial. Sin tener tiempo de integrar a su mente lo que recién había pasado, al maestro no se le ocurrió otra cosa más que salir al pasillo a tomar aire; la situación lo estaba sofocando y el último suceso había terminado de hurtarle el aire por completo. Cuando decidió regresar a su escritorio se encontró con los dos alumnos restantes que seguían deslizando el carbón de sus lápices como si nada hubiera pasado. Ellos entregaron su examen quince minutos después de la hora estipulada.

     Un rojo trémulo fue tachando la mayoría de las respuestas en los exámenes. El maestro hizo lo más que pudo por contener el pulso desbocado de la mano que dirigía el bolígrafo. No tardó mucho en terminar de calificarlos. El resultado fue el esperado: nadie estuvo siquiera cerca de la calificación aprobatoria. El temblor de sus mano se incrementó al tomar las actas. En ese momento, una fuerza desconocida poseyó a la tinta roja. La mano no tembló más. Fue escribiendo las calificaciones con una voluntad inesperada. Al terminar se dirigió de inmediato a la oficina del subdirector que estaba en el piso de arriba. Su seguridad fue disminuyendo conforme se iba acercando a su destino, en cada escalón que subía podía ver la cara rechoncha y amohinada del subdirector.

      Fue la secretaria quien recibió las actas. Ella alcanzó a ver con estupor la tinta roja que las habitaba. Su gesto, que en un inicio era falsamente amable, cambió de súbito a uno de fehaciente espanto. Le pidió al maestro que esperara afuera de la oficina. La secretaria regresó habiendo pasados unos cuantos minutos, él supo, sin que se lo dijeran, que debía entrar y así confrontar el disgusto desaforado del subdirector. Lo que se encontró fue algo distinto. La flacidez del subdirector no dejaba de ir de aquí para allá dentro del poco espacio de su oficina. Sudaba como nunca antes, su pañuelo estaba completamente húmedo. Se agarraba su gris cabellera una y otra vez. Ni siquiera parecía haber notado la presencia del maestro. De pronto inquirió:

--¿Qué vamos a hacer maestro? ¿Qué vamos a hacer? Dígame: ¿No habíamos quedado en algo?

--Sí, señor subdirector, pero por más que lo intenté no hubo manera de pasarlos, de verdad...

--Pero yo deposité mi confianza en usted maestro, todos las depositamos...

--Créame que hice todo lo posible, de cualquier modo ya veré cómo devolverles lo que me han pagado.

--Eso no importa ahora maestro ¿Qué no ve en lo que me ha metido? Ya vienen, seguro ya están enterados y ya vienen, siento sus pasos...

       El subdirector parecía estar conversando con sus fantasmas, ni siquiera había volteado a ver a su interlocutor. Los escasos metros cuadrados de la oficina era incapaces de contener el rotundo nerviosismo de ese hombre inmenso. El maestro quiso calmarlo:

--Si tan solo pudiera hablar con el director, quizá podría arreglar las cosas señor subdirector...

--¡Usted no puede arreglar nada ya estúpido! ¡Confiamos en usted y lo arruinó! ¡Mejor lárguese de una vez!

      El maestro abandonó la oficina del subdirector sintiendo una gota de sudor frío bajarle por la frente. Al salir se encontró con el alumno del chicle de frambuesa que comenzaba a llenar de aire una nueva burbuja. La burbuja reventó. Masticó un par de veces el chicle y luego dijo dirigiéndose al maestro:

--Muchas gracias por su curso señor profesor. No es tan malo reprobar después de todo. Esto nos puede servir de lección.

       El maestro respondió esbozando una sonrisa apenas perceptible. Lo único que quería era largarse de la escuela.

     En las escaleras el maestro se encontró con los alumnos que antes conformaran su grupo, exceptuando al del chicle sabor frambuesa e incluyendo a los que no llegaron al examen. Al pasar junto a él ni siquiera lo voltearon a ver. La mirada de ellos dibujaba una filosa línea recta, era un cuchillo inflexible que no permitía una sola curva en el atisbo. El maestro decidió seguirlos. Tal y como lo esperaba, se dirigieron a la oficina del subdirector. Los vio entrar allí con una autoridad fulminante. Cerraron la puerta. Pasaron unos instantes. El maestro sólo alcanzó a vislumbrar un juego de sombras moviéndose en la ventana polarizada de la oficina. Se escuchó un grito desgarrador. Los alumnos salieron lentamente. Se colocaron en línea recta frente al maestro y uno de ellos le tendió una cubeta. Un pulso vertiginoso agolpaba bruscamente todo el cuerpo del maestro. La cabeza del subdirector yacía encallada en un espeso charco de sangre dentro de la cubeta. El maestro tomó la cubeta apoderado por el pavor y con un movimiento incierto. Uno a uno los alumnos fueron sacando sus actas de calificación para mostrarlas al maestro. Él supo lo que tenía que hacer, sólo debía evitar mirar el contenido de la cubeta a toda cosa. Así que sumergió su dedo índice en el charco de sangre seis veces para escribir en cada una de las actas la calificación aprobatoria. Al terminar de hacer esto, la secretaria se acercó para darle al maestro una planilla con pequeñas estampillas en forma de estrella. Él fue pegando una estampa en cada una de las frentes de los alumnos. Después de que la última estrella se adhirió a la sexta frente, los alumnos se marcharon calmadamente.

      La puerta del director había quedado abierta de par en par, se alcanzaba a ver su gran cuerpo degollado que todavía yacía en su silla giratoria. El maestro se dirigió a ella. Hizo un gran esfuerzo para arrancar el cadáver acéfalo de allí y lo logró. El maestro se sentó en la silla, notó el saco inmenso del extinto subdirector todavía arropando el respaldo y se lo puso. Su cuerpo quedó extraviado en el desmesurado pedazo de tela. Un teléfono que tenía a unos centímetros, sobre el escritorio, comenzó a sonar. El maestro supo que no podía ser otro que el director. Levantó la bocina, del otro lado del teléfono se escuchó el sonido de una burbuja de chicle al estallar, luego irrumpió una voz cordial: “Bienvenido señor subdirector, confiamos en usted...”.

Por Héctor Zapata

Fotografía

Hagamos volar nuestra imaginación y pensemos que estamos en algunos de estos sitios

 

Por Adriana Escobar

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